La colonia del Mons Taber
La zona que se extendía entre los deltas del Besòs y del Llobregat, donde se asienta la actual Barcelona, ya estaba poblada desde tiempos prehistóricos. Poco antes del inicio de la era actual, había varios asentamientos de pueblos autóctonos, mayoritariamente layetanos. También hay leyendas que afirman que, en la cumbre de Montjuïc, había una colonia judía, cuyo nombre habría heredado la montaña.
Cuando llegaron los romanos, entre los años 15 y 13 a. C., buscaban el mejor sitio para fundar una colonia situada entre las prósperas Emporiae (Empúries), en la costa norte, y Tarraco (Tarragona), en la costa sur. El lugar escogido fue la cima del Mons Taber, un pequeño cerro frente al mar que dominaba la llanura, donde actualmente se encuentra la plaza de Sant Jaume. No les costó demasiado hacerse con el control de los asentamientos de los alrededores. La colonia, con el nombre completo de Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, creció rápidamente, y entre los siglos I y II se amuralló, se reforzaron las murallas entre los siglos III y IV y se delimitó un perímetro que se mantendría hasta la Edad Media. También se mantuvo la estructura propia de una ciudad romana, con un foro en el centro del que salían dos calles en forma de cruz, el cardus y el decumanus, que conducían a las cuatro puertas de acceso.
Esta estructura se puede recorrer todavía en la actualidad: la calle de la Llibreteria, que nace en la plaza del Àngel, donde estaba la Porta Sinistra de las murallas, es el antiguo cardus que cruzaba la ciudad de norte a sur, hasta la denominada Porta Dextra, al final de la actual calle del Call; la plaza de Sant Jaume, en el centro, se extiende un poco más al sureste de donde entonces se encontraba el foro; y las calles del Bisbe, de la Ciutat y del Regomir recorren el antiguo decumanus desde la Porta Praetoria, en el oeste, hasta la Porta Decumana o puerta de Mar, en el este.
La existencia de grandes domus que se repartían dentro de la ciudad, con jardines y ricas decoraciones ornamentales, confirma la presencia de grandes familias propietarias. Y, gracias a estas familias, la pequeña Barcino fue agrandándose y adquiriendo relevancia. A principios del siglo V ya se acuñaba moneda en la ciudad, lo que supuso un primer vínculo con las elites imperiales y que Barcino se situara entre las ciudades de poder.
Una efímera ciudad imperial
Fue especialmente al final del Imperio romano, durante el siglo V, cuando la ciudad cobró una mayor relevancia. Entre los años 410 y 415, el rey visigodo Ataúlfo se instaló con su esposa Gala Placidia en Barcino, lo que la convirtió en sede imperial durante un breve periodo de tiempo, hasta que Ataúlfo fue asesinado en la ciudad y la corte se trasladó a Aquitania, Francia. Aun así, la estrecha relación de Barcino con los reyes godos se perduró hasta el siglo VIII.
A lo largo de los últimos 80 años han ido saliendo a la luz numerosos restos de este periodo romano de la ciudad. En la actualidad, desde el Servicio de Arqueología del Ayuntamiento de Barcelona se ha puesto en marcha el Plan Barcino, que propone recuperar la arqueología para la ciudadanía impulsando una serie de propuestas, entre las cuales destaca la Carta arqueológica de Barcelona, que señala 3.000 puntos de interés arqueológicos de la ciudad.